Llevo dos semanas de confinamiento. Me levanto por la mañana, cojo el
teléfono móvil que estaba cargándose, miro el tiempo que va a hacer,
abro la aplicación del periódico que suelo leer y alguna noticia más que
puedo encontrar en el móvil (no sé muy bien cómo ni por qué aparecen en
mi móvil pero accedo a ellas), me preparo el desayuno escuchando la
radio en otra aplicación de mi emisora favorita. Con el café en la mano
compruebo mis cuentas del banco (menos mal que todavía no me han pasado
otra factura). Mensajes, correos electrónicos,… nada. Terminado el
ritual matutino aún me falta uno, pasar todas las pantallas de mi móvil
para ver si hay alguna aplicación olvidada. Sigo mirando el teléfono sin
saber muy bien qué hacer con él.
Me levanto, me lo meto al bolsillo y me dispongo a trabajar online.
Se supone que tengo que dar gracias por seguir teniendo trabajo, así que
no me quejo. Me siento delante del ordenador, saco del bolsillo mi
mejor herramienta de trabajo (el móvil). Llamo por teléfono, mando
mensajes, correos electrónicos, miro el IBEX y algún otro valor,
compruebo si el tiempo para hoy y los próximos días ha cambiado desde la
última vez que lo vi, vuelvo a mirar si me han pasado alguna factura,
me llaman por teléfono, cuelgo y ya tengo 10 mensajes (6 son memes, 4 de
trabajo), busco en internet datos del coronavirus, me quedo mirando el
salón en el que trabajo y hago mi vida, le falta algo, busco con el
móvil un complemento que haga más agradable la estancia, hablo con mi
hermana. Miro en el móvil si han llegado las actividades para mis hijos…
Y así todos los días de pandemia, pegado a un móvil que no me deja en
paz. La compañía de telefonía me ha aumentado los datos que puedo
descargar en la conexión, las televisiones de pago me han incluido
muchos más canales,… parece que todo el mundo (incluidas las empresas)
se está solidarizando con una sociedad que se prepara para uno de los
momentos más duros de la historia reciente. Mientras tanto voy leyendo a
Evgeny Morozov, a Ekaitz Cancela y a Éric Sadin
entre otros, que me indican que esto no es así, que las empresas no
buscan mi felicidad y bienestar (o al menos ese no es el fin último);
tampoco lo contrario, mi alienación o mi modificación de la conducta.
Parece que su objetivo son mis datos, mis movimientos, mis intereses,
mis pensamientos,… es decir yo, pero ¿para qué quieren esto?, ¿para
controlarme a través de la observación de mi estado de ánimo que hace
Alexa analizando mi tono de voz?, ¿para saber mis movimientos en todo
momento gracias a la geolocalización?, ¿para averiguar qué es lo que
quiero comprar antes de que lo sepa incluso yo?… Seguramente haya algo
de esto, pero van más allá, porque no sólo soy yo, son millones de
personas haciendo lo mismo que yo y ahora, gracias al confinamiento, lo
hacemos mucho más y más rápido.
Si el algoritmo que emplean para tratar esta ingente cantidad de
datos es lo suficientemente eficiente, la IA está más cerca que nunca,
pero mientras tanto, hay una cosa que me preocupa aun más, el control
social: qué debemos pensar y cómo debemos actuar como sociedad en cada
momento para que a los poderosos les siga yendo como hasta ahora. Ahora
ya saben qué es lo que tenemos que hacer, pero ¿cómo lo consiguen? El
primer ejemplo son las fakenews (justo lo contrario a lo que promete
este blog), pero algo más sutil, eficiente y caro lo tenemos en las
palabras de Pedro Baños
cuando dice que las grandes potencias mundiales tienen a decenas de
miles de personas creando tendencias a través de las redes sociales,
tendencias que nosotros nos tragamos a cada click del ratón, que
retuiteamos, compartimos, un me gusta, etc. sin darnos cuenta que
modifican la tendencia de una sociedad que cada vez piensa menos, solo
lee titulares y eslóganes y los debates en redes se reducen a un zasca y
a la originalidad de cada una de las personas que entran al trapo. ¿No
os habéis preguntado por qué ahora se habla tanto de la renta básica
o del cambio climático?, ¿Son tendencias al azar o creadas con algún
propósito? Y la gran pregunta que trataré de contestar en otro post
¿Somos realmente libres? Y en caso negativo ¿Qué podemos hacer?
Quizás en los próximos post intente dar respuesta estas preguntas y, seguramente, plantee algunas más.
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